Todo el que se ha alejado
de su origen,
añora el instante de la
unión.
Yalal ad-Din Muhammad
Rumí
Hace ya algún tiempo, recuerdo que leí una entrevista a Amin
Maalouf donde se refería a sí mismo como portador de pertenencias múltiples,
decía que se sentía libanés, francés, cristiano, y creo que alguna otra
pertenencia más que ahora no consigo rememorar.
En el libro "León el Africano", Maalouf glosa, en
mi opinión en una extraordinaria prosa poética, la vida de Hasan al Wazzani,
hijo de Oriente y de Occidente a caballo entre el s. XV y el s. XVI, desde del
abandono de Granada, por la pérdida de la misma a manos de las tropas
cristianas, (o reconquista según el punto de vista) hasta su periplo por
diferentes países y culturas.
Dice Maalouf en boca de Hassan: "Soy hijo del camino, mi patria es la caravana y mi vida, la
travesía más inesperada". Y añade más adelante: "Y, bien mirado, ¿no es algo que hago yo?: ¿Qué he ganado, qué he
perdido, qué le puedo decir al Acreedor supremo? Me prestó cuarenta años, que
yo he esparcido al hilo de los viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi
pasión en El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada aún vive mi inocencia".
El libro me evocó sentimientos de pérdida, de cambio y los
duelos necesarios tanto en un caso como en el otro y sobre todo unas
reflexiones que, en mi opinión, se ciernen a lo largo de todo el libro como un
relato intenso, firme y sin complejos sobre la identidad, la suya, la de
Hassan, el Granadino, el Fesi, el Zay-yati, según nos dice, el que tiene por
patria la caravana.
La identidad de Hassan, hecha de múltiples pertenencias, hoy
probablemente se nos hace presente en muchos ámbitos y niveles, desde la
llamada identidad europea, pasando por el conflicto entre chiíes y suníes de
Irak, hasta las trepidantes "caravanas" de Facebook, la de la
"marca personal" (que pregonan los traders del marketing), la de las
personas, la de los grupos humanos, etc. Pero, vayamos por partes.
Desde hace ya algún tiempo la cuestión de las identidades está
en el centro de muchos debates y confrontaciones, directa o indirectamente, de
hecho me atrevería a decir que, tanto a nivel del sujeto individual como en lo
colectivo, o aquel "Yo-nosotros" (Trevarthen, 2009), son tan antiguos
como la cultura, si entendemos el núcleo de la identidad como aquella respuesta
a la pregunta de “¿quién soy yo?” y la credibilidad continuada de la misma.
Como animales sociales que somos, esta pregunta solo tiene sentido en base a
las relaciones que conectan nuestro Yo con los otros en un determinado contexto
histórico, tanto si lo miramos desde nuestra individualidad como desde nuestras
pertenencias colectivas.
Los escritos de Maalouf pueden ser un buen acompañante para
repensar las identidades en el mundo actual.
El concepto de identidad, a pesar de ser relativamente nuevo
en el discurso social (patente sobre todo en el s. XIX para referirse al
nacionalismo y a las identidades de los grandes grupos humanos), ha estado
presente a lo largo de la historia del pensamiento, de una manera o de otra,
sea sobre el sentido básico del ser de uno mismo y su permanencia o sobre las
diversas pertenencias sociales. Pero, es a principios del siglo pasado cuando
desde las ciencias sociales se empieza a hablar y a investigar sobre la
identidad social y grupal, aspecto éste menos reconocido y más ambivalente.
La identidad es un todo heterogéneo, no se puede
compartimentar en trocitos, ni viene dada como un estigma, ni está inscrita en
nuestros genes, sino al contrario remite a diversos procesos de investimento de
diferentes tipos de pertenencia, que vinculan lo individual con los grandes
grupos. Esto es lo que podemos observar por ejemplo en el mundo que rodea al
niño (la familia inmediata, con sus valores, estereotipos, etc.) respecto a los
cambios que se producen en la adolescencia, donde entran en juego situaciones
nuevas que serán investidas (grupo de amigos) y donde se modifican aquellos investimentos
tempranos. Es en este período que se consolidan ciertas identificaciones y en
el que determinadas pertenencias (comunidad religiosa, política, étnica,
hábitos alimenticios, etc.) se sienten y se empiezan a pensar como propias. Las
intifadas palestinas son un buen ejemplo.
Las pertenencias que nutren la identidad tienen que ver con
el aprendizaje que hemos mamado (la lengua materna es un elemento básico, los antepasados, las
tradiciones de nuestro pueblo, etc.) y con lo que es propio de nuestro tiempo, con
los marcos culturales de nuestra época.
Habitualmente en nuestra vida cotidiana, como señalan
Bauman, Volkan y el mismo Maalouf entre otros, no somos demasiado conscientes
de nuestra identidad de grupo grande, que emerge y se hace más o menos explícita
ante los ataques, amenazas o cuando se siente que están en peligro determinadas
pertenencias o sentimientos de pertenencia. Es decir, con la identidad pasa
como con la electricidad, que cuando hay un corte o nos quedamos sin corriente
es cuando pensamos en ella o valoramos su importancia.
Cada vez hay más voces que caracterizan las sociedades
actuales como de "crisis de civilización", es decir, que de seguir
con los niveles de producción y consumo dominantes (la vía del crecimiento
continuo y del agotamiento de los recursos del Planeta) nos acercamos
aceleradamente a un colapso civilizatorio, similar al que representó la
revolución neolítica o la revolución industrial, tanto en Oriente y Occidente
como en el Norte y el Sur.
Pues bien, en este escenario que se ha ido configurando
claramente en las últimas décadas, las cuestiones y fenómenos que de una manera
u otra, directa o indirectamente, hacen referencia a los procesos y conflictos identitarios
cada vez son más notables, para bien o para mal, lo queramos o no.
Para entender la vida de las personas y de los grupos
humanos en las sociedades de hoy es necesario plantearnos estos procesos que
ponen de relieve las identidades, lo que pensamos que somos y lo que pretendemos
ser, ciertamente no como causa única sino como emergente resultante de nuestro
desarrollo social, político y cultural, porque esta "crisis de
civilización", no lo olvidemos, tiene una cara humana, la de los
sufrimientos y esperanzas de todos.
Soy consciente que plantear y confrontarse con la cuestión
de las identidades genera recelos y suspicacias de todo tipo, incluso en
aquellos que se cuestionan y luchan contra el estado de cosas existente. Más
adelante volveré sobre ello.
Nos podemos preguntar: ¿Porque las cuestiones identitarias
están en las entrañas de muchos de los conflictos y aspiraciones actuales, que
se dan en este marco de la llamada "crisis de civilización"? Insisto,
no me estoy refiriendo a la identidad como un concepto ahistórico, o a las
identidades florecientes del siglo XIX, sino a unas ideas complejas y diversas
que viven hoy en el corazón de las personas.
Plantearnos este porque, quiere decir planteárnoslo en sus
diferentes expresiones, tanto las que nos conducen por ejemplo al fundamentalismo
religioso, al fundamentalismo étnico o al fundamentalismo consumista (decía G.
Bush tras el 11 de septiembre, "Ahora,
ya podéis volver a comprar", como bálsamo para la sociedad americana
después del trauma), así como las expresiones aspiracionales de los escoceses y
catalanes, o las de la construcción de una identidad europea, o las que, en
otro nivel, expresan sentimientos de pertenencia a través de los tatuajes, como
señala M. Maffesoli.
Estas diferentes expresiones pueden ser entendidas, unas
veces como manifestaciones de unos prejuicios compartidos, incluso hostiles, de
un grupo hacia otro, y otras como manifestaciones tolerantes y respetuosas de unas
pertenencias. Parece que destruir al adversario o dialogar con él y convertirlo
en aliado sigue siendo el eterno dilema, en especial de las élites y líderes
políticos, aunque, como decía hace dos mil años el filósofo chino Sun Tzu "ganar sin luchar es lo mejor" (de
su libro "El arte de la guerra").
En mi opinión algunos de estos porque tienen que ver en
primer lugar, entre otros fenómenos, con el carácter y tipo de hegemonía que la
"sociedad de consumo" ha ido construyendo, que se infiltra hasta la
médula de nuestras conductas y aspiraciones, y que casi todos, de una manera o
de otra, asumimos sus rutinas e inercias como base de nuestro modo de vida,
tanto en las sociedades que la viven de pleno como en las sociedades que están
en camino o la tienen como modelo. Hoy los medios nos dicen continuamente que
ya volvemos a "crecer" y nos muestran las carreras para ser los primeros
en las colas de las rebajas.
El consumo se convierte consumismo, es decir, un patrón de
conducta y una actitud mental que abarca todas las relaciones con los bienes y
con muchos aspectos de nuestra vida (sexualidad, etc.). Los fenómenos de
consumo y compra no pueden explicarse sólo por el desarrollo tecnológico y
económico, pues el placer suscitado por el consumo está asociado a la erosión
de determinadas fuentes de identidad (fragmentación social, pérdida de
vínculos, "vacíos" emocionales, etc.) que se intentan compensar (al
menos en el corto plazo) a través de la compra, posesión y consumo de
"objetos".
El sujeto-consumidor se concibe y pugna por la
autorrealización a través de los innumerables bienes -objetos- para la
consecución del disfrute, gratificación, recompensa y se construye a través de
estas relaciones objetualizadas. Los objetos son "investidos" (o
"híper-investidos") pasando a formar parte de nosotros mismos.
Y así, la identidad personal (y la de determinados grupos)
depende cada vez más de los objetos que poseemos, que no sólo son sustituibles,
sino que "deben" ser sustituidos (efecto moda, etc.), pues
simbólicamente "consumimos" o incorporamos en nosotros a otras
personas, ideas u objetos materiales como medio de supervivencia psíquica, y
esto nos da una aparente y momentánea solidez, confianza y pertenencia
confortable. Los símbolos, así construidos, refieren a una ausencia, que nos
remite a nuestra identidad.
Este sujeto-consumidor aparece cada vez más como el
imaginario de un protagonista solitario, confrontado con múltiples decisiones y
elecciones sobre que es "lo mejor", y en este sentido siempre hay
quien pretende orientar o facilitar el proceso. Así, por ejemplo, nos dice
Caprabo en una de sus inserciones publicitarias: "Hola libre-comprador. Por ti llegaremos al fin del mundo y hasta
el último rincón para traerte lo mejor de nuestra tierra "-con las
cuatro barras de la bandera incluidas-.
La emergencia del anhelo identitario es también consecuencia
de la pérdida de referentes, de la crisis de los grandes metarrelatos, que han
sustentado la modernidad en el mundo occidental (el mito del progreso,
determinadas ideologías y religiosidades, etc.), junto con la crisis o
desmantelamiento progresivo de las sociedades "protectoras" nacidas
después de la 2 ª Gran Guerra (Welfare State, etc.).
Otro aspecto que revela actualmente la importancia de la
cuestión identitaria son los grandes fenómenos migratorios, que ponen de
relieve la confrontación con el diferente, con el extraño, con el Otro y que en
determinadas circunstancias hace que los miedos y las inseguridades se conviertan
exaltación enfurecida de lo propio y más primitivo (por ej. los movimientos
xenófobos y racistas en la Europa de hoy, etc.). Seguro que hoy para algunos,
como lo muestran las recientes elecciones europeas, sería un anatema lo que
decía el imán Qushairi (s.IX), "sin
conocer nunca a un extranjero, nunca descubriremos quiénes somos".
He dicho antes que las cuestiones identitarias despiertan
recelos, suspicacias e incluso hostilidades, tanto a nivel de debate teórico
como a nivel político concreto, y a menudo se elude o evita la cuestión.
Los sentimientos de identidad y de pertenencia a un grupo
grande (clanes, tribus, creyentes, fans de un grupo de rock, nacionalistas,
socialistas, etc.) forman parte de la propia existencia como seres sociales, y a
la vez que proporcionan diversas gratificaciones a los individuos (autoestima,
evitar la soledad, alegría, etc.) también conllevan a menudo prejuicios
hostiles contra los miembros de otro grupo grande, que se pueden expresar en su vertiente más maligna (racismo,
antisemitismo, islamofobia, etc.).
Cuando estas expresiones de prejuicios hostiles se han
manifestado socialmente muchas veces lo han hecho o lo hacen en nombre de la
identidad propia, y este es uno de los aspectos que hace que, de manera
simplista, se asocie la idea de identidad con el prejuicio expresado.
Desde el ámbito político y también desde el discurso social
impera la concepción de la valoración racional y del cálculo realista de las
acciones, es decir, es predominante lo que podríamos llamar como forma racional
de actuar ("realpolitik"), que presupone que los individuos y los
actores sociales (partidos, líderes, gobiernos, etc.) toman las decisiones a
partir del cálculo racional de lo que es más ventajoso en un momento
determinado y esta actitud de fondo condiciona en gran medida su
comportamiento.
Sea por interés, por ignorancia o porque simplemente no se
puede / quiere entender, el resultado es que se pregona y defiende, a menudo de
forma vehemente, una supuesta racionalidad como criterio de verdad, aunque si
prestamos atención a los conflictos sociales de todo tipo vemos que los aspectos
afectivos, emocionales y simbólicos están en el centro de las más diversas decisiones
y acciones, pero la "realpolitik" pone en el baúl de los trastos
inútiles los sentimientos y las emociones.
En un reciente debate parlamentario la diputada Rosa Díez
(UPD) intervenía "acaloradamente" desde la tribuna, creo que en
respuesta a Marta Rovira de ERC y a su vez defendiendo un determinado
"nacionalismo español constitucionalista", diciendo (cito de memoria),
que la política no tenía nada que ver con los sentimientos, la identidad y los
sueños (¿acaso no conocía aquel famoso discurso de M. Luther King?). Como se
suele decir, la escena "hablaba por sí sola", así como el plano de la
cámara de TV enfocando a Rubalcaba y su lenguaje no verbal.
Sin embargo, si hemos de hacer caso a determinados medios, parece
que a veces algunos toman en consideración ciertos planteamientos de tipo
psicosocial (como por ej. los que propone D. Kahneman su libro "Pensar
rápido, pensar despacio") para explicar las dificultades, de lo
"defectuoso" o los sesgos en la toma de decisiones.
En el campo de las ciencias sociales, y también dentro de
algunos de los diversos matices o colores de la izquierda, existe una tradición
vigente aún hoy, que tiene mucho que ver con aquella afirmación que hacía
Pierre Bourdieu ("El oficio de sociólogo", 1967) cuando decía que la
maldición del sociólogo era que tenía que trabajar con objetos que hablaban. Es
decir, una desconfianza en la vivencia de la subjetividad y con todo lo que
tiene que ver con lo afectivo, en resonancia con la “realpolitik”, objetivante
y muy cientifista.
En una interesante entrevista (Público, 25/06/14), el
profesor de antropología religiosa de la UB, Manuel Delgado ponía un
contrapunto a estas cuestiones:
"... Los grandes
líderes revolucionarios han sido nacionalistas... ¡Patria o muerte,
venceremos!", "... Después del congreso de Bakú, la Internacional
Comunista añadió a su conocido lema: "Proletarios del mundo uníos",
el de "Proletarios y pueblos oprimidos del mundo uníos". "...
Cuando Dolores Ibarruri llamaba por los altavoces de las calles de Madrid al
enfrentamiento contra las tropas sublevadas, lo hacía evocando el 2 de Mayo,...
se planteaba la guerra como una guerra patriótica."
La resultante de ciertas suspicacias (honestas) hacia las
cuestiones identitarias conduce a un callejón sin salida, donde se elude la
complejidad de los fenómenos sociales de la "modernidad líquida", y
así, no se llegan a captar las relaciones íntimas del ser del hombre y el ser
de la sociedad, que se manifiestan a través de los grupos grandes (antes
referidos).
En mi opinión se soslaya también esta complejidad cuando,
por ejemplo en Catalunya, partidarios de la independencia consideran que el
conflicto tiene que ver más con el soberanismo que con las identidades, pues
consideran que "identidad, todo el mundo tiene la suya" y así creen
liquidar un debate difícil, con muchos malos entendidos, pero que tarde o
temprano vuelve o volverá a emerger (este tema me lo dejo para otro artículo).
Necesitamos hacer como A. Maalouf, ser valientes,
desacomplejados y empáticos para abordar las identificaciones y pertenencias
diversas que conducen hacia identidades cada vez más complejas, cambiantes y
lábiles, alejándonos de las omnipotencias tan actuales, con la humildad de reconocer
nuestras propias limitaciones y si conviene poder ser capaces de aceptar, como
decía Rumí, el gran poeta sufí del s. XIII, que "Todo el que se ha alejado de su origen, añora el instante de la
unión".
Marcel Cirera Julio
de 2014